«China» después de Davos

Portada de la revista 'Kan Lishi' con un reportaje especial sobre "lo moderno" de la dinastía Song.

Portada de la revista ‘Kan Lishi’ con un reportaje especial sobre «lo moderno» de la dinastía Song.

El Estado chino se ha convertido en el principal adalid de la globalización: esta es la lectura que apareció en la primera plana de numerosos medios internacionales tras la intervención de Xi Jinping en el foro de Davos el 17 de enero de 2017.

Así, el mismo estado-nación que hace apenas un lustro era visto como el principal desafiador del orden económico global centrado en EE. UU., el mismo país donde buena parte de la oficialidad y de los sectores intelectuales veían con desconfianza la palabra «globalización» como sinónimo de expansión capitalista o –en términos culturalmente más amplios– «occidentalización», se ha cambiado alegremente la chaqueta que antes rechazaba por no quedarle justa. A este ritmo, no sería raro que, de aquí a unos años, acabe enseñándose en las escuelas que el capitalismo y el libre mercado nacieron en China, y que forman parte de la tradición y están en línea con la historia y la esencia cultural del país, etcétera, etcétera.

Por lo pronto, resulta curioso constatar el nuevo y vivo interés por la historia y civilización de la dinastía Song (años 960 a 1279), no solo en el ámbito académico, sino también en el de la cultura popular. Esta dinastía fue vista por los historiadores de la japonesa Escuela de Kioto como un precedente asiático frustrado del capitalismo, una modernidad avant la lettre que desafiaría la genealogía asumida según la cual las condiciones de la modernidad (y con ella el capitalismo) habrían germinado en Europa y de allí se habría expandido al resto del mundo. Esta interpretación ya sido cuestionada por parte de algunos intelectuales críticos chinos que ven en ella un relato teleológico que sirve para justificar el sistema socioeconómico vigente, presentándolo como fruto de un proceso histórico natural, necesario e inapelable [1]. La dinastía Song (o, mejor dicho, esta lectura de la dinastía Song) ofrecería, pues, la posibilidad de una nueva genealogía alternativa del mundo moderno en la que «China» ocuparía una posición relevante como punto de inicio, de ahí el atractivo que esta dinastía ejerce sobre intelectuales y público general en China. Tanto es así que uno de los semanarios más leídos del país publicó en enero de 2017 un reportaje especial bajo el título «¿Por qué nos gusta tanto la dinastía Song?»[2]

Dos lecciones que se pueden extraer de la súbita (re)presentación de China como principal impulsora de la globalización: en primer lugar, se demuestra –una vez más– lo absurdo que resulta hablar de esencias y determinismos culturales, a la luz de las camballadas semióticas que ha dado la palabra «China» en nuestros imaginarios durante el último siglo largo. Las esencias culturales tienen su única razón en relatos y genealogías fácilmente maleables según las conveniencias del momento. 

En segundo lugar, es además un toque de atención para quienes, precisamente desde postulados opuestos a los que reivindican la modernidad de los Song, llevados quizá por cierto determinismo aderezado con nostalgia y wishful thinking, han insistido en ver en China el principio necesario de un orden mundial alternativo y mejor, como si la historia revolucionaria reciente del país lo abocara irremediablemente a ello por efecto de inercia. ¿Y si dicho orden alternativo acabara por limitarse a un mero trueque de genealogía, sin modificar en profundidad lo que ya existe? No hay que dar nada por sentado.

En este sentido, y para concluir, viene a cuento citar in extenso a Giovanni Arrighi:

«Asia Oriental (en general) y China (en particular) aparecen como árbitros entre las tendencias igualitarias y desigualitarias que se confrontan en el actual tránsito de la hegemonía hacia un destino aún desconocido. […] En la coyuntura actual, resulta imposible determinar qué tendencia acabará por prevalecer. El resultado dependerá, en buena medida, de los conflictos sociales derivados de la creciente desigualdad dentro de los países, así como del tipo de orden/desorden regional que surja de tales conflictos. No obstante, independientemente del resultado, es difícil imaginar que los Estados no intervendrán en tales luchas –no solo en apoyo de determinados grupos sociales, sino, además, ocupando el lugar de estos y ejerciendo por tanto una suerte de función piamontesa [3]. No parece probable que un Estado concreto de Asia Oriental vaya a convertirse en globalmente hegemónico ejerciendo dicha función. Sin embargo, no es solo posible sino además probable que, de forma individual o colectiva, los Estados de Asia Oriental jugarán un papel decisivo a la hora de dar forma al contenido social del orden mundial futuro, sea cual sea» [4]. (31/01/2017)

 

Por Manuel Pavón Belizón

NOTAS

[1] La crítica más explícita y desarrollada de esta visión es tal vez la que presenta Wang Hui en su obra Xiandai Zhongguo sixiang de xingqi, Beijing: Sanlian, 2004.

[2] Sanlian Shenghuo Zhoukan, 2017/2. Otro ejemplo es el especial de la revista divulgativa Kan Lishi (en la ilustración).

[3] La «función piamontesa» es un concepto de Gramsci que hace referencia al papel que jugó el Piamonte durante el Risorgimento italiano,  en el que un Estado (el Piamonte) ejerce la misma función que un partido o una clase dirigente poniéndose al frente de una lucha colectiva, con la ventaja añadida de contar con instrumentos estatales como un ejército o un cuerpo diplomático.

[4] ARRIGHI, Giovanni, “Hegemony and Antisystemic Movements” in I. Wallerstein (ed.), Modern World-System in the Longue Durée, Boulder (CO), Paradigm Publishers, 2004. Traducción y énfasis nuestros.