Figuras de un país como cualquier otro

Reseña de Regresar a China, de Carles Prado-Fonts. Madrid: Trotta, 2019. 174 pág.

China «distante, exótica, incomprensible»

Desde hace décadas existe en el ámbito de los estudios humanísticos un debate más o menos explícito sobre dos maneras de aproximarse a los fenómenos sociales, culturales y políticos de ese espacio humano que hoy llamamos «China». Por una parte, existe la visión de una China radicalmente diferente, con una tendencia —más o menos marcada según cada autor— a señalar diferencias entre una «China» y un «Occidente» que funcionan como esencias y alteridades separadas e inconmensurables. La otra visión sería la de «China» como una instancia más de una naturaleza humana común, un espacio social habitado por personas con vivencias y problemas similares a las de otras latitudes y en cuyas maneras de afrontar tales situaciones podemos vernos reflejados. [1] En el ámbito euroamericano, la primera visión ha sido más visible durante mucho tiempo, quizá por el anhelo de encontrar lugares que imaginamos mejores —o por lo menos diferentes— para refugiarnos de la propia realidad. Esta búsqueda se refleja, por ejemplo, en la literatura china traducida al castellano, con una marcada preferencia por traducir y publicar obras que, más allá de la narración, ofrecen un interés etnográfico o una visión exótica sobre China. [2] Las consecuencias de esta visión distanciadora sobre «lo otro» no son una mera entelequia: lo hemos visto claramente en tiempos recientes cuando los estragos de la Covid-19 se empezaron a notar de manera terrible en China y buena parte del resto del mundo lo contemplaba como si la cosa no fuera con ellos.

Regresar a China, de Carles Prado-Fonts, premiado recientemente como mejor libro en español por la International Convention of East Asian Scholars, es quizá la primera obra académica en el ámbito hispánico actual que reivindica de manera más que explícita cambiar la manera en que vemos China desde nuestro contexto. Frente a la idea de una China «distante, exótica e incomprensible» (p. 9) que abunda en las visiones mainstream sobre este país, Prado-Fonts afirma en el prólogo su voluntad de «cuestionar la China lejana y difícil de comprender que tenemos fijada en nuestro imaginario y pasar a contemplar ese país y esa cultura de la misma manera contradictoria con la que, probablemente, desearíamos que el mundo nos contemplara a nosotros mismos: China es ciertamente un país singular, pero, a la vez, es un país como cualquier otro» (pp. 9-10).

Sobre esta voluntad de poner de manifiesto las similitudes más allá de líneas espaciales y temporales, Regresar a China puede leerse como una aproximación, entre otros temas, a las múltiples formas en que se relacionan lo personal y lo político. Para ello, el libro traza las trayectorias vitales de tres gigantes literarios del siglo XX en China: Lu Xun (1881-1936), Lao She (1899-1966) y Qian Zhongshu (1910-1998).

Por otra parte, estas figuras tienen en común la experiencia del desplazamiento. En la China de aquellos años, una de las mejores vías que tenían las personas con aspiraciones sociales para situarse en la cresta de la ola del cambio social, político y cultural era estudiar en el extranjero. Aquellos viajes no estaban animados únicamente por deseos de ascenso personal, sino también por la voluntad de contribuir a que China saliera de su postración. Prado-Fonts subraya cómo la experiencia de los estudiantes chinos desplazados al extranjero y, sobre todo, la experiencia de regresar al país natal fueron centrales en la configuración de la modernidad política e intelectual en China. A través de estos recorridos individuales, observamos las distintas actitudes de estos autores hacia lo político en un contexto de crisis y convulsión ante la emergencia de un nuevo orden mundial, lo que puede suscitar ecos en nuestro propio presente.

Trayectorias

El capítulo inicial actúa como preámbulo y está dedicado al escritor y traductor Lin Shu (1852-1924). La introducción de esta figura se debe a su condición de bisagra cultural entre la era imperial ―con unas élites culturales que pululaban y medraban principalmente en torno al sistema de exámenes imperiales, auténtica correa de transmisión de la ideología estatal― y la China «moderna» surgida de la crisis tardoimperial. En este capítulo, Prado-Fonts ofrece una excelente explicación de cómo las nuevas élites intelectuales que empiezan a formarse a finales del siglo XIX estuvieron marcadas por el final del sistema de exámenes imperiales en 1905 y por el surgimiento de nuevas fuentes de legitimación cultural ajenas a la tradición letrada. En esta tempestuosa transición, distintas figuras correrán distinta suerte: en el caso de Lin Shu, el ritmo implacable del cambio terminará por arrumbarlo a los márgenes de la nueva China naciente; otros, como Liang Qichao (1873-1929) o Lu Xun, viraron y consiguieron
―al menos durante un tiempo― adaptarse y sobrevivir en el nuevo ecosistema cultural. Pero hay más: Lin Shu es probablemente una de las figuras más curiosas de la historia de la traducción por su condición de «traductor monolingüe». Sin conocimientos de otras lenguas, Lin Shu introdujo numerosas obras clásicas extranjeras que «reescribía» al dictado de asistentes que sí conocían otros idiomas y que le iban traduciendo de viva voz las páginas de Dumas, Cervantes, Stowe o Dickens. [3] A partir de esta traducción oral, Lin Shu redactaba su propia versión en chino clásico con el estilo elegante que consideraba aceptable para los lectores del momento. En ocasiones, Lin Shu cometía lo que el teórico de la traducción Xie Tianzhen llama «traiciones creadoras» [4], en las que modificaba elementos del texto original para acercarlo a sus propias ideas y pretensiones. Más allá de alimentar la curiosidad sobre la literatura foránea, las «traiciones creadoras» de Lin Shu contribuyeron a mostrar la ficción como una potente herramienta de intervención ética y política.

El capítulo 2 se centra en la figura de Lu Xun, quien ante el devenir político de su tiempo asumió una posición de referente y liderazgo entre los llamados «escritores de izquierda» entre las décadas de 1920 y 1930. Prácticamente hasta hoy, la imagen de Lu Xun en el ámbito hispánico ha seguido marcada por la impronta del maoísmo, que lo convirtió en una suerte de santo revolucionario y elevó su obra a parangón de una literatura en la que el valor político dominaba sobre cualquier otro tipo de consideración. En este capítulo, Prado-Fonts desmonta esa visión unívoca y nos revela las contradicciones del llamado «padre de la literatura moderna china». Por ejemplo, frente a la visión de un Lu Xun iconoclasta, crítico vehemente de la tradición y renovador del lenguaje, aparece un hombre que mantiene usos tradicionales y produce obras en chino clásico; frente al icono izquierdista, surge una figura que mantuvo una cierta distancia crítica con el marxismo. Al poner de manifiesto estas contradicciones, el autor no busca rebajar la talla ética ni intelectual del escritor (dicho sea de paso, Prado-Fonts es traductor de la obra de Lu Xun al catalán), sino más bien lo contrario: de esta operación de desmontaje, emerge un autor más complejo y, por lo tanto, más universal, relevante y necesario. Esta misma revelación tuvo lugar en la China de los años 1980 y 1990, cuando muchos escritores chinos comenzaron a leer a Lu Xun fuera de los marcos críticos del maoísmo y redescubrieron el valor punzante de sus escritos. Prado-Fonts, citando al académico David Pollard, señala que la obra de Lu Xun no busca promover un modelo concreto de sociedad, sino ir «siempre a la contra» (p. 67). Quizá por esta razón, su obra parece haber causado cierta incomodidad en la China postmaoísta, como se observa en la última sección del capítulo, en la que Prado-Fonts se centra precisamente en las intermitentes apropiaciones, desprecios y reivindicaciones de las que ha sido objeto Lu Xun y su obra con el paso de los años.

Lao She es el protagonista del tercer capítulo. Como señala el autor, la pertenencia de Lao She a la etnia manchú (privilegiada bajo la dinastía Qing, denostada tras el fin de la era imperial) marcará profundamente su periplo vital e intelectual, abocándolo a observar el mundo siempre desde los márgenes y a tener que adaptarse a las múltiples coyunturas en las que le tocó vivir. Esa experiencia en los márgenes dentro de China se hace más compleja aún cuando Lao She marcha a estudiar a Londres en 1924 y pasa a convertirse simplemente en chino a ojos de los ingleses. Uno de los aspectos más interesantes que recorre este capítulo es el análisis de Prado-Fonts sobre ese complejo puzzle de identidades y alteridades en Lao She. En Londres, así como durante su estancia años más tarde en Estados Unidos, los prejuicios y estereotipos a los que tuvo que enfrentarse y la condescendencia y la superficialidad con que los extranjeros observaban China fueron creando en Lao She un profundo e irritado escepticismo sobre las posibilidades del entendimiento intercultural. Ese sentimiento se refleja en su novela Los dos Ma, que podría ser vista como un ejercicio pionero de return-of-the-gaze postcolonial en el que Lao She les da a los ingleses su propia medicina. Con todo, su condición de manchú siempre estuvo ahí para impedir que esa irritación derivara en ardor nacionalista por un país en el que tampoco había vivido exento de discriminación.

El cuarto y último capítulo se centra en Qian Zhongshu, autor de la que es considerada como una de las mejores novelas del siglo XX en China, La fortaleza asediada, que es en sí misma el relato de un estudiante retornado. Prado-Fonts nos muestra a un Qian Zhongshu cuyas estancias en el extranjero (Oxford y París) no lo condujeron a una militancia política. Qian hizo de la literatura y la erudición un refugio en el que guarecerse del tormentoso ambiente político del maoísmo y en el que construir un cosmopolitismo cultural «alejado de los grandes dogmas y los discursos grandilocuentes» (p. 134). No obstante, como bien indica el autor, este refugio no conlleva escapismo respecto de lo político, más bien al contrario: la literatura es para Qian «un lugar de clausura desde el cual la pasividad adquiere un marcado carácter activo. Es una forma de resistencia política» (p. 124). Por eso, frente al uso y abuso de la literatura como herramienta política desde finales del XIX, Qian llama a un repliegue de lo literario sobre sí mismo. Lejos del esnobismo que esto podría suscitar, Qian recurre con frecuencia en sus obras a la ironía y el humor ante diversas realidades del momento. Este refugio construido de manera tan conscientemente no le valdrá de mucho cuando, años después, en el fragor de la Revolución Cultural, él y su mujer, la también escritora y traductora Yang Jiang, sean enviados a un campo de reeducación por el trabajo. Como destaca Prado-Fonts, ni siquiera una vivencia tan dramática como aquella consigue que Qian y Yang abandonen su ideario: frente a los relatos traumáticos que proliferan tras el fin del maoísmo, Yang y Qian dan cuenta de una experiencia apática e insulsa en el campo. Pero, como siempre, la ironía actúa como la llave que da acceso a una resistencia política subyacente.

Las monografías académicas sobre China escritas originalmente en castellano no suelen ser abundantes, lo cual ya es razón suficiente para congratularnos por esta publicación. Pero es que, además, las trayectorias vitales e intelectuales trazadas en Regresar a China logran de manera admirable un equilibrio entre el rigor y la agudeza en lo analítico y la amenidad en lo narrativo. Para los lectores no especialistas, es la mejor obra disponible actualmente en castellano para aproximarse a estos autores y su época. Prado-Fonts ofrece un conocimiento impresionante de la vida y la obra de estos autores que se vuelca en una narración apasionante, rica y ágil. Por otra parte, para los lectores especializados en China, la perspectiva teórica y el impulso ético que la sustentan convierten Regresar a China en una obra de referencia que apunta a una nueva manera de abordar el estudio de China —y por extensión, de realidades distintas a la propia—, regresando a China para verla no como un objeto extraño y distante, sino como una vivencia cercana y coetánea que nos interpela de forma profunda.

Por Manuel Pavón-Belizón

Notas

[1] Para una excelente panorámica de este viejo debate, véase Miranda Brown, «Neither ‘Primitives’ nor ‘Others,’ but Somehow Not Quite like ‘Us’: The Fortunes of Psychic Unity and Essentialism in Chinese Studies». Journal of the Economic and Social History of the Orient, 49(2), 2006, pp. 219-252.
[2] Véase Maialen Marín-Lacarta, «La recepción de traducciones literarias por su valor documental: el caso de la literatura china moderna y contemporánea en España», en Caleidoscopio de traducción literaria, editado por Pilar Martino Alba y Salud M. Jarilla. Madrid: Dykinson, 2012, pp. 45-56.
[3] Como ejemplo, tenemos la versión china de Don Quijote realizada por Lin Shu que ha sido felizmente retraducida al castellano por Alicia Relinque Eleta. Historia del Caballero Encantado. Mil Gotas Editorial/ Ginger Ape Books, 2021.
[4] Xie Tianzhen, Yijiexue daolun (译介学导论) [Introducción a la medio-traductología]. Pekín: Beijing Daxue Chubanshe, 2007.