Por Tyra Díez
Reseña de No tengo enemigos, no conozco el odio, de Liu Xiaobo. Traducción y notas de Juan T. Ruiz. Barcelona: RBA, 2009.*
China, o inmóvil o frenética
Nuestro imaginario sobre China ha vuelto a virar bruscamente y oscila hoy entre el inmovilismo político y el dinamismo económico; frases hechas nos dibujan un país con un crecimiento espectacular que no obstante sigue mostrándose reacio a cualquier cambio, y sobre todo a cualquier intromisión, en sus asuntos internos. No deja de ser irónico además que el mayor y más terco país comunista del mundo se haya erigido en la salvaguarda más flexible del capitalismo global, un hecho que provoca a su vez innumerables inquietudes entre los auxiliados deudores. La curiosidad por el país milenario vuelve entonces junto con el resquemor ante el gigante rojo, y aunque China está hoy más presente que nunca en los medios, sigue siendo en lo esencial un enigma, un malentendido urgente que, más allá de profecías o imposiciones, sólo puede salvar la voluntad de conocer, de entender la diferencia, primera condición de la comunicación. Y es aquí donde reside la oportunidad y la importancia de la recién traducida selección de ensayos y poemas de Liu Xiaobo, Premio Nobel de la Paz 2010, porque por vez primera permite al público español acercarse al escritor directamente, sin los intermediarios del revuelo que su premio ha ocasionado, y de paso repensar ciertas imposturas intelectuales que se revelan ahora oportunistas.
Oportunidad…
Y es que antes de nada hay que ser agradecido y decir que el libro supone, al menos, una de las escasísimas versiones directas que nos llegan de lo que está ocurriendo en el país, una opinión de su milagro visto desde dentro. Siendo uno de los dos disidentes chinos más famosos en el exterior, no sorprende encontrar en sus páginas un ataque rabioso al gobierno del PCCh y sus atrocidades. En estos ensayos, Liu se dedica principalmente a denunciar la escena sociopolítica china, es decir, el nacionalismo extremo, el consumismo desaforado, el hedonismo frívolo, la cobardía interesada, la corrupción rampante y en definitiva las terribles injusticias, ya sean orquestadas ya cometidas, por la alianza de los nuevos ricos empresarios con el poder abusivo de los “vándalos sinvergüenzas” del partido, que aprovechan y dirigen una sociedad amordazada pero acomodada, gustosamente comprada por las promesas del pequeño bienestar vía un ultranacionalismo extremo y populista. Habla también, aunque menos, de ciertos hechos de su escenario sociocultural e incluso psicológico, como la fiebre actual por Confucio, por las medallas olímpicas o la pornografía, o de la esquizofrenia generalizada del “doble pensamiento” –alabar al poder cuando está delante y denostarlo cuando no, hablar de un modo u otro según convenga y siempre en interés propio. Todas estas cosas son ciertamente palpables en China, razón por la cual constituyen los puntos de partida del debate que comparte con toda la intelectualidad crítica del país, puntos de partida que difieren no obstante en las explicaciones y en las conclusiones. Liu se dedica primordialmente a detestarlas, a ratos con cierta gracia, y en un alarde intelectual las relaciona, en ocasiones, con lo que para él supone la chineidad –a saber, una intrínseca falta de talento oculta bajo un anquilosado complejo que, como toda vanidad, oscila entre lo mejor y lo peor, entre creerse el centro o la periferia del mundo; y en todo caso relaciona con la negra historia del maoísmo y su pervivencia, para él el verdadero, aunque no único, origen de todos y cada uno de los males que asolan el desierto humano que describe. A esta narrativa suya se suman, para reforzarla, los poemas y la documentación que incluye el volumen, los primeros de amor (a su mujer, a la memoria de los muertos en Tian´anmen, a Kant o a San Agustín), y la segunda una especie de anexo que documenta la trayectoria disidente del autor, desde su papel destacado en las revueltas de 1989 como impulsor de la huelga de hambre de los estudiantes, hasta ciertas impresiones de su experiencia carcelaria o cartas u homenajes a otros conocidos (aunque no aquí) disidentes o víctimas del PCCh. Por supuesto, incluye también la Carta 08, el manifiesto pro-democrático que en 2009 le puso entre rejas allí y le ensalzó como intelectual heroico aquí. Y con este dato último llegamos a lo circunstancial de todo el asunto, a lo que de oportunista más que de oportuno tiene nuestro afamado autor, engrandecido, única si no exclusivamente, por un contexto que a todas luces le favorece.
…Y oportunismo
Porque, dejando de lado la obvia premura de la edición, llena de erratas y sin introducción, son dos las cosas que saltan inmediatamente a la vista del conjunto: el neoliberalismo militante del autor y su talla intelectual. En la escena del pensamiento político chino (donde, aunque por aquí nos empeñemos en ignorarlo, discuten desde izquierdosos hasta derechistas pasando por postmodernos y confucianos, a pesar de indiscutibles censuras y tirasyaflojas varios con el poder reinante), en esa escena, decía, Liu se sitúa en el ala más dura del liberalismo, aliada del neoconismo global, por mucho que se nos presente como un perfecto liberal, cultivado, razonable, discípulo del Hayek más bienintencionado del Por qué no soy conservador. Pero Liu admira más a Bush y a Reagan que a Rawls o a Keynes. Por eso es fácil entender que a pesar del sensacional título del libro, a Liu le sobren enemigos, no sólo y como es natural en el ámbito del partido, su principal blanco de ataque, sino también entre otros intelectuales comprometidos, y en especial entre los mismos chinos, prácticamente los únicos que, hablando en serio, le conocían hasta ahora. Éstos últimos le critican fundamentalmente su simplismo, su falta de imaginación política, su pobreza argumentativa. Porque Liu en realidad no explica nada en sus ensayos, se limita a describir un estado de cosas y a recetar la solución estándar -democracia y privatización, una receta que aquí gusta puesto que es donde se reproduce. Pero los graves problemas humanos, animales y medioambientales que sufre el país exigen indagaciones y respuestas una tanto más meditadas e innovadoras, y son muchos allí los que están pensando y actuando para paliarlos. Sería deseable poder leerlos en castellano también, a Wen Tiejun, a Dai Jinhua, a Qin Hui o a tantos otros, disponer de más y más variadas versiones que nos dieran una idea ajustada de la pluralidad de lo que allí sucede y proponen, y que la oportunidad, y la necesidad de comprendernos, no siguiera nublada por el oportunismo de quien dice meramente lo que nos gusta oír.
* Publicado en la Revista Ábaco, 2ªépoca, volumen 1-2, nº 71-72, 2011, pág 167.